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Solidaridad


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Hace veintitrés siglos el filósofo Zenón de Citio, fundador del estoicismo, impartía lecciones bajo el pórtico del Ágora ateniense (pórtico en griego es stoa, de ahí el nombre de la corriente de pensamiento que fundó).

Para Zenón, Razón y Felicidad constituyen conceptos vinculados; a través de la Razón se consigue ser prudente, respetuoso con los demás y con las leyes, y superar las angustias que surgen, de manera natural, en la vida. La Razón, para él, impulsa al hombre a vivir conforme a las virtudes, y así se puede llegar a conquistar la Felicidad.

Una de las ideas que difundía era su concepto de ciudadanía, inculcando un código moral de conducta basado en la práctica de las virtudes cívicas, y hacía especial mención al deber de realizar algún servicio público. El estoicismo proclamaba la obligación de todo ciudadano a participar en la Polis.

En las culturas griega y romana, la filosofía política estoica mantiene vivo en la sociedad el concepto de ciudadanía, y la convicción de que es posible encontrar la Felicidad en este mundo y en esta vida, pero tras la caída del Imperio romano este concepto se disipa. El Cristianismo se extiende por el mundo relegando a segundo plano la ética de las virtudes cívicas y desarrolla su moral religiosa primando las virtudes teologales y ofreciendo la Felicidad en una vida y un mundo virtuales. El feudalismo genera vasallos y, después, la monarquía absolutista genera súbditos, en uno y otra, vasallo y súbdito no participan en su “destino”, les es arrebatada su soberanía por el poder civil, ostentado por el señor feudal, el monarca absolutista, el tirano o el cacique, y por el poder religioso ostentado por los obispos y el clero en general; ellos doblegan al pueblo con la opresión y la coerción los primeros, y con el miedo al castigo divino los segundos, y lo protegen de sus enemigos que, no son habitualmente los enemigos del pueblo, sino los suyos, así la participación libre en los asuntos de la “polis” se transforma en obediencia y desaparece el concepto de ciudadano tal como lo concibió Zenón de Citio.

Serían necesarias dos grandes revoluciones a finales del siglo XVIII, la americana y la francesa, para llevar a la práctica las ideas que Locke, cien años antes, había planteado sobre los derechos humanos, para que las hasta entonces Colonias en América se emanciparan y redactaran la Declaración de Independencia constituyéndose en los EE UU de América, y el pueblo francés redactase la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, liberándose del absolutismo.

Estas ideas fueron extendidas en Europa y América por los ilustrados y surgieron nuevos estados democráticos en los que prosperó de nuevo el concepto de ciudadanía asociado a la ética de las virtudes cívicas y los deberes derivados de los derechos adquiridos. A la par la moral religiosa cristiana perdía paulatinamente vigor.

En España se manifiesta a partir del siglo XVIII alguna brisa de libertad, las Constituciones de 1812, de 1856 (elaborada en el Bienio Progresista, no promulgada), de 1873 (elaborada en la Primera República Española, no promulgada), de 1931 (elaborada en laSegunda República Española), todas asfixiadas por el conservadurismo con la connivencia de la religión oficial.

Hoy sufrimos en España una regresión en los derechos humanos. La sanidad y la educación públicas se ven afectadas por recortes en sus presupuestos y se pretende privatizar sectores de las mismas, ello suscita injustas desigualdades sociales; se pretende modificar la ley del aborto generando un retroceso de treinta años en los derechos de las mujeres, lo que, de llevarse a efecto, sería injusto por mermar la libertad; se han realizado subidas no equitativas de impuestos favoreciendo a la clase alta; existen altas cotas de corrupción en cargos públicos e Instituciones y se entorpece la actuación de la Justicia; y más que resultaría prolijo enumerar.

Como siempre, la involución perpetrada por el conservadurismo, alentado o guiado en la sombra por la Iglesia católica, una institución que ocupa espacios públicos que no deberían corresponderle, y que ocupa porque mantenemos un Concordato entre el Estado español y la Santa Sede establecido en 1953 con modificaciones según acuerdos de 1976 y 1979 que la Iglesia denomina “substanciales” pero que en la práctica no lo son.

Algo que ha tardado veintitres siglos en constituir un ideal alcanzado, por el que se ha vertido sangre humana en la conquista de lo que un día fueron utopías de Libertad e Igualdad, nos lo roba este sistema capitalista salvaje enriqueciendo a unos pocos, empobreciendo a la clase media y hundiendo en la inopia a la clase menos favorecida.

En pocos meses hemos retrocedido en el camino de la Igualdad lo que para conseguir empleamos decenios. No hemos aprendido que, por existir una magnitud que influye en nuestras vidas de manera incondicional, a la que llamamos tiempo, cuando destruímos derechos humanos, puede llegar nuestro final antes de haberlos recuperado.

En nuestra voluntad reside la conducta ética de ciudadanía. Unidos poseemos la fuerza necesaria para impedir que este sistema neo-liberal continúe su programa deconstructivo. La manifestación pública de inconformidad, la protesta en las calles y en las plazas, de manera no violenta, es una forma adecuada de intervenir en la “polis”.

Unidos podemos reconquistar los ideales perdidos, Reconquista se escribe con once letras: SO-L-I-D-A-R-I-D-A-D.

 

 

 

Publicado por:

Vicente Hernandez Gil

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