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La francmasonería como contrapoder en tiempos de absolutismo


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Contrapoder en el absolutismo.- El polémico sacerdote jesuita Agustín Barruel sostenía que poco espacio habían dejado para la improvisación los impulsores de la Revolución Francesa.

Por Joel Rabal Pellicer/ El Obrero

«Todo ha sido preparado y realizado por los únicos hombres que conocían la trama de las conspiraciones urdidas tempranamente en las sociedades secretas», decía en su obra Memoria para servir al jacobinismo. El abad atribuía a las logias haber «sabido escoger y provocar los momentos más precisos para los complots». ¿Hasta qué punto tenía razón el sacerdote?

Los siglos XVII y XVIII son, sin duda, siglos de revolución. Las monarquías absolutistas reinan en gran parte de Europa en un momento en el que la Iglesia, ya debilitada por el impacto de los conflictos que se derivaron de la Reforma y la Contrarreforma, ve mermados su poder e influencia en el gobierno de los distintos reinos del viejo continente. A la vez, emerge en importancia la burguesía, un estamento social que, a pesar de haber estado presente desde siglos ostentando las labores del comercio y el mercado, se siente menospreciada por la casta gobernante y adquiere una conciencia de clase desposeída de poder político que, finalmente, se organizará para derrocar el orden político establecido hasta entonces. Los francmasones, que reunían en el seno de su Orden a una mayoría burguesa, queriéndolo o no, no podían dejar de ser un actor relevante de la revolución que estaba por llegar.

Inglaterra

Situémonos, primero, en la Gran Bretaña, donde la larga pugna por la hegemonía del catolicismo y el protestantismo desencadenó graves enfrentamientos entre los diferentes sectores de la sociedad y la monarquía hasta que estalló la llamada Revolución Gloriosa en 1668, que se resolvió echando a la casa de los Estuardo del poder y blindando un sistema de monarquía parlamentaria con la firma de la Bill of Rights en 1669, en la que se garantizaba la libertad de expresión, discusión y actuación parlamentaria y que fue ratificada por parte de los nuevos monarcas de la casa de los Orange. El paso del absolutismo a la monarquía parlamentaria implicó, entre muchas otras cosas, la participación política de muchos miembros de la burguesía. Se abría así una grieta entre el Antiguo Régimen y empezó a germinar un nuevo modelo político y económico en el que la irrupción de la burguesía sería determinante: el liberalismo.

Si bien el juego de tronos inglés se decantó por el protestantismo, la Bill of Rights inauguró un contexto de libertad religiosa inédito hasta entonces en la Gran Bretaña. Es más, pronto Inglaterra se convirtió en un referente en el terreno de la política, la ciencia y el libre comercio, del que participaban miembros de la nobleza y, muy especialmente, miembros de la burguesía. Filósofos de la época, entre los cuales destaca John Locke, propugnaron también la libertad religiosa, así también como el libre desarrollo personal de los individuos y la no intrusión del estado en materia de pensamiento y creencias individuales.

Avances en Europa

No es de extrañar que tras los tiempos convulsos que caracterizaron la segunda mitad del siglo XVII y las primeras décadas del XVIII, calara, entre la burguesía ilustrada de la Gran Bretaña, una vocación de apaciguamiento de los conflictos políticos y religiosos. Así, se consolidaron instituciones como la Royal Society, fundada en el año 1662 con el único fin de impulsar la ciencia experimental al margen de polémicas religiosas. Más tarde, en 1723 la Gran Logia de Londres imprimió en sus textos fundacionales la voluntad de evitar los conflictos religiosos en sus logias.

La difusión de estas ideas que rompían con el sistema feudal se abrió paso en una Europa donde sus ciudadanos tenían una gran movilidad entre sus territorios. Pero tuvo una especial incidencia en el reino de Francia, donde encontramos muchos miembros de una baja nobleza resentida con el rey Sol y a una burguesía ilustrada que, a pesar de empaparse del espíritu emancipador inglés, se encuentra todavía sometida a una monarquía absolutista y despótica.

Las reuniones de francmasones se prohibieron en el año 1737, bajo el reinado de Luis XV, aunque ello no sirvió para impedir la proliferación de las logias. Estos círculos ilustrados, que incluían a muchos miembros de la baja nobleza, se reunían en ambientes tales como las bibliotecas y los salones de arte y fundaron multitud de clubes, sociedades literarias, etc. La propagación del pensamiento ilustrado fue imparable. Testimonio de ello es la prolífica literatura filosófica y científica de la época.

Un ejemplo de esta literatura podemos hallarlo en La Enciclopedia, en la que participaron numerosos intelectuales de la época. Sin duda, los libros de El Espíritu de las Leyes del filósofo y masón Montesquieu, que propugnaba la separación de poderes y El contrato social de Rousseau, que proponía la igualdad jurídica entre la ciudadanía, tuvieron una especial acogida e importancia en occidente. Prueba de ello es su influencia en la confección de La Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América (1776).

La Orden Masónica como peligro

Centrándonos en la Orden, en Europa las reuniones de los masones eran algo que se escapaba a la supervisión gubernamental y, por tanto, eran percibidas como un peligro potencial para los reinos. Además, la Iglesia vio en el hecho de que estas reuniones agruparan a individuos de confesiones distintas un peligro potencial para la ortodoxia de sus doctrinas. Fue así como la francmasonería tuvo que sortear muchos obstáculos debidos a la promulgación de dos bulas papales (una de Clemente XII y otra de Benedicto XIV) que condenaban sus reuniones por su carácter secreto y supuestamente herético bajo pena de muerte. De hecho, las reuniones entre masones fueron prohibidas en varios reinos de tradición católica, como también en países de tradición protestante, como Holanda, Prusia, Dinamarca o el Condado del Rin.

En francmasonería, siguiendo los preceptos que legaron las Constituciones que emanaron de la Gran Logia de Londres, estaba y está prohibido «promover disputas ni discusiones en el recinto de la Logia y mucho menos contiendas sobre religión, nacionalidades y formas de Gobierno». Además, el secreto entre los miembros de la Orden tenía una doble función, a saber, protegerse de la vigilancia de las instancias estatales y eclesiásticas y, también, la función propia que caracteriza el secreto en las sociedades iniciáticas para separarse del mundo profano.

La Orden reunió en su seno a muchos intelectuales de diferentes ámbitos, pero esto jamás se tradujo en una ideología o praxis común entre sus miembros. Por ejemplo, en Inglaterra había muchos masones defensores de los Estuardo y muchos otros que eran detractores. También, en los Estados Generales de Francia donde había un número aproximado de 214 diputados masones de un total de 1165, no hubo jamás una práctica de voto unánime.

Por cierto, como demuestra un estudio de Ferrer Benimelli, en tiempos de Luís XVI había en Francia alrededor de 30.000 francmasones de los cuales unos 3.500 eran miembros de la Iglesia. Así, en las logias francesas se podían encontrar a defensores de la monarquía francesa y también a fervientes revolucionarios. Tras la decapitación de Luis XVI y María Antonieta, el número de miembros de la masonería francesa descendió en picado debido a la crisis en la que se sumió el país y a la consecuente conflictividad social que, inevitablemente, también salpicó a la Orden. Hubo además numerosas ejecuciones que se decretaron contra miembros del parlamento. Ante el caos que se desató en la crisis política de Francia, un sector importante de las logias de Inglaterra condenó los hechos acaecidos en la Revolución Francesa.

«No había en las logias ningún afán de politización, sino más bien al contrario».

A pesar de todo esto, es innegable es que la francmasonería fue un espacio donde la ilustración, que no la conspiración, pudo asentarse, sobre todo si tenemos en cuenta que uno de los pilares fundamentales de la Orden es la igualdad entre sus miembros y el ejercicio del razonamiento en libertad. La masonería, pues, sí fue un contrapoder o incluso una resistencia al absolutismo en tanto que promovió una nueva sociabilidad y el librepensamiento entre personas generalmente intelectuales de distinta procedencia, posición social y profesional. Pero no había en las logias ningún afán de politización, sino más bien al contrario. Tampoco había entre los masones una ideología u objetivos políticos compartidos. Fuera de la logia, pues, los francmasones eran ciudadanos de su tiempo con inclinaciones e inquietudes tan dispares como los que se pueden hallar en cualquier sociedad.

Aún se conserva una carta que la reina María Antonieta envió a su hermana para calmarle ante su preocupación por la proliferación de la masonería. Sorprendentemente, en ella se refería a sus miembros como «buenas gentes» que, después de hacer obras de beneficencia, organizaban banquetes donde se bebía y cantaba apaciblemente. Si bien la francmasonería no consiste sólo en las comilonas que describía María Antonieta, a pesar de todo, nada apunta a que, como indicaba el abad Barruel, la Orden de los francmasones fuera el artífice de la revolución y la responsable del derramamiento de sangre que de ella se derivó.

Hemos consultado el capítulo sobre masonería y Revolución Francesa, de Charles Porset, que se halla en el libro Masonería, Política y Sociedad coordinado por José Antonio Ferrer BenimelliCritica y crisis del mundo burgués, de R. Kosseleck, de ediciones Rialp, S.A, así también como las llamadas Constituciones de Anderson, que son un referente en el mundo masónico.

Publicado por:

Diario Masónico

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