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El Relato Mesocrático de O’Higgnis y la Masonería (2ª Parte)


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El Relato Mesocrático de O’Higgnis y la Masonería (2ª Parte)

 

 

CARÁCTER DEL PROYECTO NACIONAL.

El desarrollo de un proyecto nacional, de país, de comunidad nacional, es un proyecto mesocrático. Por esencia, es el proyecto de los militares jóvenes, de los comerciantes, de los propietarios intermedios de la tierra, de los funcionarios del régimen colonial, de los artesanos o pequeños industriales, sacerdotes independentistas; de todos aquellos que están en la medianía del poder político, económico y social.

Todo el ambiente relacional de O’Higgins que se hace presente en sus cartas; tiene como elemento distintivo no pertenecer a la aristocracia y a los sectores sociales predominantes del sistema colonial y monárquico. Es el mismo sello que se advierte en quienes son parte del grupo liberal que llevará a cabo los primeros esfuerzos institucionales de la República, y que fueron motejados de pipiolos; por los sectores tradicionales del poder en Chile.

Contestatariamente, como reacción, el proyecto portaliano es un proyecto excluyente, que pone su eje en el patriciado, en los mercaderes, y luego en la clase propietaria que genera la república.

Es un momento en que la aristocracia colonial, despojada del poder político por las luchas de la independencia; se propone volver por su influencia, gravitación y preponderancia en los destinos de la naciente república. No lo hace contra la república, pero lo hace dándole un carácter que tiene que ver con su comprensión de los hechos políticos; y en la afirmación de una condición tutelar sustentada en la riqueza de sus integrantes y en los fundamentos de su esplendor colonial.

No reniega de la independencia de España, pero reivindica el orden colonial, determinado por su regimentación de clase, por su determinismo tradicional, por sus valores propios de toda clase propietaria; orden, autoridad, creencias, prestigio, solvencia económica.

Para ellos, los generales y caudillos de las fuerzas liberales, no son sino un conjunto de pordioseros, ávidos de tomar la riqueza de la gente de trabajo, a través de los impuestos y de las confiscaciones, una «gentezuela» que venía en labor de zapa; para apropiarse de los bienes de las familias tradicionales. Así, el proyecto portaliano, reivindicado por los historiadores conservadores y autoritaristas hasta el día de hoy, vino a ser un verdadero proyecto restaurador y contrarreformista en todos los contextos; aún emparentándose con la contrarreforma religiosa europea.

Frente al proceso de independencia y frente a la restauración portaliana; la identidad del proyecto liberal y mesocrático, se establece con clara hilación. Su validación política y social radica en su capacidad de ubicarse en el centro de la sociedad y sus distintas expresiones culturales, económicas, políticas y sociales.

Por ello es que necesita de un relato nacional que acoja a los distintos sectores y clases sociales. No pudiendo convocar hacia las clases tradicionales del poder económico; los sectores mesocráticos convocarán hacia los pocos sectores con algún grado de presencia social, y al constatar la poca gravitación que aquellos tienen y su marginalidad, promoverá en ellos la educación y la emancipación espiritual. Ello inevitablemente propenderá hacia una idea de Nación.

Ante un país formado por una masa ignorante y sin ideas políticas; sin razonamientos propios, sin propuestas concretas de que hacer ante el vacío político provocado por la invasión napoleónica en España, aquellos pioneros de las ideas republicanas; liberales y emancipacionistas, debieron hacer esfuerzos tremendos para conformar una idea de sociedad y una idea de sistema político. Cuando la aristocracia criolla y los grandes mercaderes solo pensaban en la protección de los derechos del rey cautivo y restablecer la normalización institucional, política y económica del régimen colonial, los débiles sectores medios de la capitanía general de Chile; propugnaron la emancipación y la formulación de una idea de país.

De allí que el concepto de Nación en Chile es un proyecto esencialmente mesocrático.

Sin modelos previos que dieran claridad sobre las alternativas que implicaba construir un modelo político y social; luego de los fracasos de los paradigmas europeos la revolución francesa había evolucionado hacia el Imperio, lo propio había ocurrido con la revolución de 1848 -, la mesocracia chilena tomó el modelo republicano griego clásico como un ideal. La lectura que hizo de la polis griega y su modelo político fue sublimado como una respuesta coherente para las vicisitudes del hacer ciudadanía.

Ese proyecto, esa idea será predominante en los sectores mesocráticos hasta 1891, cuando sobrevino la guerra civil y hubo un quiebre en sus componentes, pero será recuperado con la crisis del parlamentarismo; donde retomó su fuerza y se plantearía con vigor por varias décadas.

LO FUNDANTE EN EL PENSAMIENTO DE O’HIGGINS.

Lo fundante del pensamiento de O’Higgins se encuentra radicado profundamente en el pensamiento mesocrático de su tiempo. Ello implica que contiene una mirada profundamente arraigada en las propuestas que marcan la irrupción de las clases medias de fines del siglo XVIII; contra la aristocracia y la nobleza.

Todo lo que contiene ideológicamente la visión de O’Higgins es de contenido liberal, republicano e ilustrado, es decir, descansa indiscutidamente en la señal mesocrática que cambia la historia occidental; ante el derrumbe del absolutismo. Es más, su pensamiento puede reivindicarse como mucho más emancipatorio en sus contenidos ideológicos que el de otros próceres de la Independencia Americana. Esto lo pone en evidencia Ernesto de la Cruz; al presentar su libro sobre el Epistolario del Libertador:

Estudiada su personalidad a través de los documentos que hoy permiten dar cuna a esa revisión de valores en la historia del continente, resultará, al lado de la del oriental Artigas, la representación más pura y genuina del ideal republicano del continente. En tal sentido, nadie; ni el mismo Libertador Bolívar, cuyas veleidades oligárquicas hay que cargar a la cuenta de sus errores políticos; nadie, decimos, alcanza en el pensamiento hoy predominante en América, en el pensamiento democrático, tal altura.

En afirmación de esa percepción, podemos tener a la vista la obra de Diego Barros Arana «Historia General de Chile», el gran historiador liberal del siglo XIX, quien señala; «Hemos tenido a la vista un apunte o borrador escrito de letra de O’Higgins; encontrado entre sus papeles, que parece ser una especie de bosquejo de lo que, a su juicio, debía disponer la Constitución de 1818. En casi todos los puntos; contiene principios más liberales que los que consignó este Código».

Sin embargo, su pensamiento lo contextualiza dentro de un marcado respeto por la ley, que, a pesar de los tendenciosos prejuicios que se han promovido en contra de su imagen histórica, fue determinante en todo su ejercicio como estadista; y que se expresa en todas sus conductas constitutivas del nuevo país que debe formar. Derivado de esa concepción legalista; típicamente mesocrática, en el curso de la evolución política chilena se desprende su apego a la institucionalización de las estructuras del Estado. Ello se comprueba en su afán por dar vida al Senado Conservador; que lo visualizó como la instancia que debía equilibrar sus propios poderes ilimitados como Director Supremo.

Julio Heise señala que O’Higgins;«Asignó a sus compatriotas un estilo de vida: la democracia; y señaló el instrumento para hacerla efectiva: la educación». Esto lo relaciona inseparablemente con «el sentido íntimo de toda su fecunda e interesante política educacional; la fundación de los liceos de La Serena y Concepción; la reapertura del Instituto Nacional y de la Biblioteca Nacional; el ensayo del sistema lancasteriano y, muy particularmente; el decreto por el cual ordenaba a los conventos de frailes y monjas mantener escuelas elementales gratuitas»

Es la visión mesocrática por excelencia, de un visionario que reflexiona en uno de sus escritos:

«El actual estado de la civilización y de las luces, nos descubre bien la necesidad de adelantar, o mejor decir; plantear de un modo efectivo y suficiente la educación e ilustración. Necesitamos formar hombres de Estado, legisladores, economistas, jueces, negociadores, ingenieros, arquitectos, marinos, constructores hidráulicos, maquinistas, químicos, mineros, artistas, agricultores, comerciantes».

Irrebatiblemente es la visión iluminista y mesocrática del hombre de Estado; que concibe una visión del quehacer político en la perspectiva de un proyecto nacional. Es lo que caracteriza no solo el pensamiento de O’Higgins; sino de todos los que con mayor conocimiento de causa comparten su trinchera política e ideológica.

Para Heise , entre 1810 y 1830, en un medio muy poco propicio;

«Se afianzaron definitivamente las concepciones de soberanía popular, de gobierno republicano y representativo, y, en general; todas las nuevas tendencias o ideas que se enfrentaron a la monarquía absoluta. Las cinco Constituciones – 1812, 1814, 1818, 1822 y 1823  que ensayaron nuestros hombres públicos en plena guerra contra la Metrópoli; representan una dramática lucha entre el pasado colonial y las nuevas tendencias; entrañan una progresiva incorporación a nuestra vida institucional de esos principios políticos».

Luego agrega:

«Se propusieron cambiar la monarquía por la república; el origen divino del poder real por el principio de la soberanía popular; el absolutismo por la democracia representativa».

Bajo ese común denominador, el pensamiento antimonárquico o’higginiano no deja dudas. Cuando el Congreso Conservador,donde predominan las ideas de la aristocracia se engolosina con la posibilidad de ir a Aquisgrán a buscar un rey europeo; el Libertador se plantea abiertamente por el republicanismo. A Gaspar Marín, le escribe en 1921; y le expresa taxativamente que:

«Si los creadores de la revolución se propusieron hacer libre y feliz a su suelo, y esto solo se logra bajo un gobierno republicano y no por la variación de dinastías distintas; preciso es que huyamos de aquellos fríos calculadores que apetecen el monarquismo».

Por otro lado, el apego de O’Higgins a la ley, y a normas claramente establecidas en el marco constituyente; revela un elemento típicamente mesocrático; en tanto es a través de la normativa legal donde se consolida la idea de Nación. Es la idea de establecer elementos ordenadores que tengan un alcance común para todos.

un último aspecto del pensamiento o’higginiano tiene que ver con su visión librepensadora en el ámbito de la fe. Siendo un hombre con una idea de la divinidad; de la lectura de los documentos que son obra del puño del Libertador hay consecuencias que se pueden deducir sin ninguna dificultad. No hay un determinismo teológico en su planteamientos, y evidencia la mirada liberal de inicios del siglo XIX de modo determinante. En sus cartas, en aquellas que lo contienen, salvo el tradicional «Dios guarde a V.E.»; no hay ninguna consideración religiosa.

La proclamación de la Independencia la hace a nombre «de los pueblos» y «en presencia del altísimo». Nada que exceda la manifestación de una concepción recatada sobre la divinidad, de un hombre que no quiere establecer improntas categóricas. En la «Proclama a los Araucanos» de 1818, no hay referencia religiosa alguna.

En su «Proclama a los Pueblos del Perú», solo hace una alusión al «Dios de la Justicia». Al momento de dimitir, sus expresiones carecen de cualquier alcance teológico.

Esto es importante de evidenciar; luego de muchos intentos teológicos y algunos historiográficos de crear una imagen religiosa de O’Higgins, lo que está muy lejos de su pretensión efectiva en el ámbito de la fe. Hay antecedentes sobre ello, con la controversia entre Barros Arana y Crecente Errázuriz, o la tendenciosa aspiración de Jaime Eyzaguirre, en su artículo del 20 de agosto de 1943, en «El Diario Ilustrado»; bajo el título «O’Higgins, prócer católico».

De hecho, el tergiversado «voto a la Virgen del Carmen»; que se le imputa a propósito de la «Consagración de la Virgen del Carmen como Patrona de las Armas de Chile», de noviembre de 1819, ello no lo hace por decisión propia o como un acto de su origen, sino que lo hace reconociendo la decisión de «una junta de corporaciones, que ofreció construir un templo en honor de su patrona», no dice, por ejemplo; «un templo en honor de nuestra patrona».

A fin de profundizar en su visión religiosa, basta recorrer sus cartas, recogidas y publicadas por Ernesto de la Cruz.

En ellas, dan cuenta del intercambio epistolar con diversos personajes de la lucha independentista (Mackenna, Terrada, San Martín, etc.), donde no se advierte ninguna aprehensión religiosa, como no sea las ocasionales apelaciones de un hombre que tiene una visión de Dios, pero que la reserva a su absoluta intimidad, como todos los hombres adscritos a la visión del iluminismo y «al siglo de la filosofía»; como acostumbraban señalar los masones de ese tiempo.

Barros Arana, al rendirle homenaje en la repatriación de sus restos; pone acento en su disposición librepensador; cuando se pretendía proclamar que la naciente república estaba dispuesta a «vivir i morir libre, defendiendo la fe católica con la exclusión de otro culto»; lo que O’Higgins rebate esa protesta de fe en el texto, señalando;

«Me parece suprimible por cuanto no hai de ella una necesidad absoluta y que acaso pueda chocar algún día con nuestros principios de política»; concluyendo. «Yo a lo menos no descubro el motivo que nos obligue a protestar la defensa de la fe en la declaración de nuestra independencia».

 

O’HIGGINS, FIGURA MESOCRÁTICA DE SU TIEMPO.

Por su condición intelectual, por su pensamiento político; por su propia historia personal hasta que llega a hacerse cargo de las tierras heredadas de su padre, por su voluntad emancipadora, por sus lazos con la esencia del pensamiento independentista americano; O’Higgins encarnará socialmente el espíritu de la clase media colonial.

No es su heredad la que marca su distingo social, sino el sentido de su acción política. No es su éxito de agricultor, en una hacienda que recibe en derecho y filiación, la que lo ubica en un estatus social determinado, sino su voluntad de cambiar el régimen colonial por un régimen republicano; con todas las especificidades que ello significaba.

Si bien en Europa el cambio del sistema feudal fue protagonizado por la burguesía; el casi nulo desarrollo de tipo industrioso de nuestro país, hizo que el movimiento de derrumbe de los basamentos del sistema absolutista fuera desarrollado por quienes estaban bajo la aristocracia terrateniente y sobre la condición servil del inquilinaje, la labranza y el artesanado pobre: la clase media colonial, formada por agricultores sin vinculación aristocrática; comerciantes, pequeños propietarios, sectores ilustrados, abogados, médicos, artesanos pre-industriales, funcionarios de la administración colonial; militares, parte del bajo clero, etc.

El Relato Mesocrático de O’Higgnis y la Masonería (2ª Parte); luego de radicarse en su hacienda de Las Canteras.

En ese contexto, de acuerdo a las condiciones de su tiempo; el movimiento político independentista debe entenderse socialmente como un movimiento esencialmente mesocrático.

Asume una definición socialmente clara, al repulsar de la aristocracia y sus aspavientos de nobleza; cuestión que considera claramente expresiva del sistema de poder imperante que debe derrumbar. Su definición frente a las clases dominantes es bastante categórica. Eso se pone en clara evidencia en su carta a Juan Florencio Terrada; del 20 de enero de 1812, cuando expresa: «Detesto por naturaleza la aristocracia y la adorada igualdad es mi ídolo». Un episodio más que relevante es cuando decreta la prohibición de los escudos e insignias de nobleza; en marzo de 1817, y afirma:

«Si en toda sociedad debe el individuo distinguirse solamente por su virtud y su mérito; en la República el intolerable uso de aquellos jeroglíficos que anuncian la nobleza de los antepasados; nobleza muchas veces conferidas en retribución de servicios que abaten a la especie humana. El verdadero ciudadano, el patriota que se distinga en el cumplimiento de sus deberes; es el único que merece perpetuarse» .

Los testimonios sobre la sencillez, austeridad y ausencia de aspavientos del general, cuando está en el poder como Director Supremo, por parte de miradas imparciales son expresivas, entre las cuales está la testimonial definición de María Graham, en su diario de residencia en Chile, donde habla de un general «modesto, llamo, de modales sencillos, sin pretensiones de ninguna clase».

No cabe duda que el sentimiento de las familias tradicionales y terratenientes de la Colonia, que fueron las mismas de la primera parte del Chile independiente, en la valoración social de O’Higgins propendía al desprecio o a la minusvaloración. No le eran proclives, no le expresaban afinidad, ni le tenían simpatía alguna.

En una primera etapa, lo desdeñaron por su origen. Ambrosio, su padre, no fue precisamente bien considerado por la aristocracia criolla y española, toda vez que su mérito solo le era reconocido en su condición militar y en los poderes del virreinato del Perú para que ejerciera la Capitanía General. También estaba el soberbio desprecio contra el General por su filiación ilegítima.

Luego, O’Higgins no tenía ningún vínculo social patricio. Era absolutamente exógeno a todas las actividades en que se expresa la actividad de la terratenencia aristocrática y sus espacios de convencionalidad e interrelación habituales.

En una segunda etapa, cuando aquel consolida su liderazgo político y militar, especialmente después de la victoria de Maipú, emergerán las diferencias entre dos miradas diametralmente opuestas sobre lo que había que hacer con el país independiente. Esto se verá reflejado en su distanciamiento con el Congreso Conservador o Consultor, donde se harán fuertes las familias dominantes, hasta el punto de producir su abdicación y destierro.

 

 

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