El Querido Hermano Guillotin, y la guillotina
Guillotin no fue el inventor de la guillotina, sino quien propuso su utilización. Sus familiares, hartos de que se usara su apellido para designar a la máquina de matar, optaron por cambiarlo (ya que sucesivas solicitudes a las autoridades no consiguieron que se cambiara el nombre a la siniestra máquina).
Guillotin era absolutamente contrario a la pena de muerte; no obstante, propuso esa máquina para que el reo sufriera menos, pensando que el uso de la guillotina sería el primer paso hacia la abolición de la pena de muerte. Igualmente, se esforzó por que las ejecuciones fueran más privadas, sin carácter público ni multitudinario. Guillotin jamás fue guillotinado. Murió por un carbunco en un hombro.
Un filántropo incomprendido
Joseph-Alexandre Guillotin, abogado de Burdeos, fue prolífico: ¡13 hijos! Uno de ellos, Joseph-Ignace (Saintes, 1738-París, 1814), brillante alumno, fue destinado al sacerdocio y realizó, en Burdeos, durante siete años, estudios teológicos en el noviciado de los jesuitas; recibió la tonsura y las cuatro órdenes menores el 4 de abril de 1756. Fue también profesor del Colegio de los Irlandeses; en el número 3 de la calle del Hâ
¿Señal del destino?
Años después, su vecino más cercano, en el número 5 de la misma calle; contiguo al Colegio de los Irlandeses, será Jean-Baptiste Lacombe, de siniestra memoria, sacerdote secularizado; presidente de la Comisión miliar de Burdeos durante el Terror.
En 1763, también Joseph-Ignace cuelga los hábitos y se vuelca en una nueva vocación, la medicina. Obtendrá su diploma en 1770. Seducido por el espíritu de libertad y progreso; se compromete en un recorrido masónico muy activo. Iniciado en 1772 en la logia La Parfaite Union de Angulema, dos años más tarde será el Venerable de la logia La Concorde Fraternelle al Oriente de París y en 1778 será miembro afiliado de la de Neuf Soeurs, en la que también trabajaban Voltaire, los pintores Greuze y Vernet; el Duque de Orleans Duque de Chartres… Jugó, por otra parte; un papel preponderante en la formación del Gran Oriente de Francia.
Diputado electo del Tercer Estado en los Estados Generales de 1789; nuestro bordelés propone la memorable reunión en la sala del Juego de Pelota (inmortalizada por el pintor David); cuando en Versalles encontraron los diputados cerrada su sala de reunión habitual.
Sincero humanista imbuido del Siglo de las Luces, marcado por los valores masónicos; exige, en la sesión del 1º de diciembre de 1789 en la Asamblea Nacional constituyente, que “La ley, bien sea para castigar o para proteger, debe ser igual para todos los ciudadanos, sin ninguna excepción” y que “delitos del mismo género se castigarán con el mismo tipo de suplicio, sean cuales sean el rango y estado del culpable; en todos los casos en que la ley dicte sentencia de muerte; el suplicio será el mismo (degollación) y la ejecución se hará por un simple mecanismo”.
Efectivamente, durante el Antiguo Régimen la degollación por sable se reservaba a la aristocracia, los salteadores de caminos eran molidos a palos públicamente, los falsificadores de moneda eran hervidos vivos; se quemaba a los herejes y se colgaba a los ladrones.
“La mancha” de la Guillotina
Guillotin esperaba instaurar una ejecución más humana y menos dolorosa; hacer menos bárbara la muerte de los criminales y acortar su sufrimiento. Su idea se aprobó en 1791 y su colega Antoine Louis puso a punto la máquina en 1792. Llamada inicialmente “Louisette” (“Luisita”) en referencia a su inventor; rápidamente será llamada guillotina; para gran desesperación del doctor Guillotin: “la mancha involuntaria de mi vida”.
El 25 de marzo de 1792, Luís XVI firmó la ley que aprueba la máquina para cortar la cabeza a los condenados.
La primera ejecución tuvo lugar el 27 de abril de 1792. Un gentío considerable se apresuraba dirigiéndose a la plaza de Grève en París; para asistir a la primera degollación mecánica, la de un ladrón criminal: Nicolas-Jacques Pelletier. La multitud, decepcionada por la rapidez de la ejecución, abucheó al verdugo. En Francia, la última ejecución, la de Christian Ranucci; se remonta al 10 de septiembre de 1977.
El 9 de octubre de 1981, por iniciativa de ministro de justicia Robert Badinter; “La justicia francesa no es una justicia que mata”, fue abolida la pena de muerte.
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