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El masón ante los valores


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EL  MASÓN,   ANTE   LOS  VALORES

 

 

 

 

Los valores  son  el reflejo  en la Tierra  de metas  que nos vienen  de la transcendencia.   Los valores humanos  son  las líneas de actuación  que tienden  a conducir  al hombre  hacia su destino.

Ellos tienen  un fondo esencial,  que es común  a todas las religiones  y  a todos los pueblos,  pero que se va  adaptando  al progreso del conocimiento.  Este fondo común  recae  sobre  “el amor   y  los que ahora se llaman  “derechos humanos”,  sobre la búsqueda de “la ciencia   (que ha de estar racionalizada),  y  sobre una “educación   omni-comprensiva.  El masón  ha de aceptar  esta ley común universal,  que se simboliza  en la Logia  por una de sus tres luces,  esto es,  por  la Biblia  o  el libro equivalente  en las restantes religiones.

El ser humano  es  una conjunción  entre un cuerpo,  bio-físico,  y  un  Yo  (que llamamos  “alma”)  que emerge  dentro de aquél,  y  que ha de perdurar  más allá  de la muerte.  Por eso  el masón  ha de rechazar  el  escepticismo,  el pesimismo,  el relativismo  moral,  y  el hedonismo.

En el hombre  hay  un arrastre de pasiones,  generalmente negativas,  que constituyen  lo que  Freud  llama  “el Ello”. 

La actuación humana  es,  en gran parte,  “libre”,  pero se halla inclinada  por el influjo de los genes,  y  a la vez,  por los del medio social  y  las circunstancias  que nos van rodeando.  El ser humano  no es  naturalmente  “bueno   (como creía Rousseau),  ni tampoco  naturalmente  “malo   (como resultaría de algunas religiones)  sino que es  un ser  “desfalleciente”.  La vida se desarrolla  en una lucha continua  entre  el  Yo,  que tiende  hacia el  bien,  y los factores negativos  que lo desvían.

La  sociedad,  y  la propia  Naturaleza,  son también  tan ambivalentes  como los individuos.  A  éstos  les corresponde  determinados  “atributos”,  que fijan su posición dentro de aquéllas,  como son  la época  en que viven,  su sexo,  su pueblo  o   nación,  la religión  en la que creen,  su ambiente de familia,   su profesión  o  clase social,  el bando  en el que se alinean.  El individuo,  dentro del  perspectivismo universal,  es un punto particular  de  “perspectiva”.  Y  ésta viene influída  por todo el complejo de  esos  atributos.

Los individuos,  cualesquiera que sean  los atributos  que les correspondan,  las deficiencias con que nacieran, o  las habilidades  que puedan adquirir,  son todos iguales  en dignidad,  así como  en su derecho  a progresar hacia  el bien,  por el hecho de que todos poseen  un Yo,   que les ha descendido  de lo alto.

Se podría considerar  al masón  como  “un hombre sin atributos”,  pero ello  no sería  totalmente exacto.  Es cierto  que él tiende  a ser  cosmopolita  (lo que no excluye el amor  a la propia patria),  y  a tener  una  religiosidad  que no es la de los dogmas  (aunque la haga compatible  con una confesión  a la que se adhiera).  Pero,  en principio,  su meta  es  el bien  de la Humanidad,  el de todos los seres humanos,  no sólo el de los presentes,  sino también  el de los que han de sucedernos  en el futuro.  Aunque  a este bien  va asociado el de otras especies vivientes,  que merecen ser protegidas,  tanto de animales como de plantas.  Lo cual no  excluye  que preste  una atención especial  a lo que le resulte  más propio.

Con esas matizaciones,  el masón debe intentar actuar  como  “un hombre sin atributos”,  en la medida  en que pudiera  acercarse  a ese límite. Un hombre universal,  sin ninguno de los ídolos  de la tribu.  (Bacon).  Lo esencial  en él  es  buscar  “la verdad”,  que  es  una guía de dirección  que permite evitar  que nos extraviemos.

Ello  confluye  en que se deba aceptar  “la realidad  del Otro   (del que tenga atributos distintos  a los nuestros)  tratando de comprenderlo,  y,  en lo que fuere justo,  de ayudarlo. 

Por otro lado,  el masón debe ser  “tolerante   con las debilidades humanas  (aunque nunca justificar los desvaríos),  creer  en la buena fe  de las personas  (mientras que no se demuestre lo contrario),  y,  en general,  proceder  con  “imparcialidad”.  La imparcialidad  es  algo así  como  el amor,  extendido por igual a todas las partes.  Los masones,  en ningún caso,  pueden ser  extremistas.  Tienen que sustraerse  a las presiones  que le lleven  a ello,  sean  las del Poder  o  la de  las masas.

El masón  es consciente  de la gradualidad  de todas las cosas.  No debe,  por tanto,  recaer  en el maniqueísmo.  Ni   “los buenos    son  siempre buenos,  ni  “los malos   son   todos malos.  Además  del negro  y  el blanco  existen  los grises.  (Lo cual  no excluye  que haya  oposiciones  “de dirección”,  como  el Norte  y  el Sur,  o  como  el bien  y  el mal).  Por ello  no juzguemos  a los demás  con patrones genéricos. Las culpas  deben recaer  únicamente  sobre los individuos.  La división  global  “en dos bandos   es  la peor  plaga  que les puede aquejar  a las sociedades.

De todo ello  se desprende  que el  masón  debe ser  un amante de la paz,  de la mediación,  de la conciliación  y  del diálogo.  Debe ser  un verdadero  “ciudadano del mundo”.  Y,  como tal,  no sólo tiene que actuar  en esas direcciones,  sino  también que propagarlas  con la palabra  y  el ejemplo.

Francisco Espinar Lafuente, 33º.  –  19. X. 2006.

 

 

 

Publicado por:

Diario Masónico

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