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Las ideas, el poder y el pensamiento único


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Las ideas, el poder y el pensamiento único

 

 

 

Relativismo

 

Sin querer entrar a juzgar nada ni a nadie, es necesario advertir que como cantaba Bob Dylan. “Los tiempos están cambiando”.

La postmernidad lo ha dejado todo “patas arriba” y durante muchos años hemos estado convencidos de que todo poseía el mismo valor, pero sin embargo al darle el mismo valor a todo, le que hemos hecho es no darle valor a nada.

De modo que en estos momentos, el querer plantear una existencia fundamentándola en principios concretos y fijos, por livianos que puedan ser, resultan al observador postmoderno como una opresión dogmática inadmisible.

La postmodernidad ha sido y sigue siendo, una etapa cultural en la que todo poseía el mismo valor y más que potenciar la diversidad de pensamiento, nos ha acercado más al pensamiento único.

No es posible por ejemplo, darle el mismo valor en una discusión sobre algún tema, a una persona experta que a otra que no lo sea, no puede saber más de medicina una persona que haya leído unos cuantos libros que una persona que facultada por una universidad para el ejercicio de la medicina. Ambas opiniones pueden ser respetables, pero hay una de ellas que posee más valor.

El riesgo del “todo vale” y “todo es merecedor del mismo respeto”, dejarse llevar por el efecto pendular y buscar el sentido de las cosas refugiándose en modelos ya obsoletos, porque si todo criterio es correcto ¿Cómo evolucionar en el conicimiento sin renunciar a creencias anteriores?

Y sin embargo se corre el riesgo también de innovaciones no fundamentadas en tradiciones previas, sino en improvisaciones temerarias.

Cansados y decepcionados por la ambigüedad, el fin de la postmodenidad puede llevar a las gentes buscar algo a lo que poder llamar verdad, y hacerlo creando bloques que defiendan criterios dogmáticos y rechazando aperturas.

Las ideas y el espacio fisico.

Las ideas son expansivas, buscan crecer y crecen aspirando a controlar no solo el mundo de las ideas, sino también el espacio físico en el que vivimos las personas. El problemas de los totalitarismos; de izquierdas o de derechas, no son tanto las ideas como el uso que se hace de ellas para tomar el poder y el control del espacio físico.

Pues si bien las ideas pretenden el poder, no lo pretenden en el mundo físico, sino en el mundo metafísico, espacio natural de ellas. Hasta ahora todas las ideas que han pretendido “redimir” a la especie humana, desde las religiosas a las políticas que han aspirado a controlar el espacio físico para construir una modelo social dentro de unos limites que se consideran los correctos. Eso significa la marginación y represión de las ideas que se oponen a las que se consideran correctas.

El espacio físico es el teatro de nuestras vidas; las de todos, su universalidad debe asegurarse, para que todas las formas de pensamiento puedan darse sin que surga el conflicto.

La hostilidad que parte de la sociedad contemporánea siente por ejemplo con el cristianismo, tiene que ver con la forma en que las instituciones como la Iglesia Católica Romana han ejercido el poder a lo largo de los siglos, y que explica el surgimiento de corrientes de pensamiento y conductas como el Satanismo, nacido como una respuesta que quiso canalizar el deseo de libertad individual y de ruptura con los modelos impuestos.

El concepto “laicismo” no forma parte de todas las denominaciones religiosas, y su definición corre a cargo de sectores ideológicos ligados a la izquierda política y en algunos casos antirreligiosa, usado como una forma de agresión pasiva contra el pensamiento religioso. El laicismo que manejan estos sectores, tiene como finalidad la no manifestación publica de las ideas personales en relación con los aspectos trascendentes y metafísicos de la existencia. Lo que supone una exclusión social de las personas que fundamentan sus vidas en principios sólidos relacionados con lo metafísico.

Lo que supone como conclusión, es la imposición del pensamiento único y el fin de las diversidades ideológicas, para acabar construyendo una sociedad más parecida a un hormiguero, en donde el individuo renuncia a interrogarse acerca del sentido de su existencia y desarrollar modelos aceptables para si mismo. Un tipo de persona anodina, muy apropiada para ser gobernada sin dificultades por los gobiernos y explotada por un sistema económico depredador.

Cuando la garantía de la libertad individual, no es la eliminación de las ideas personales; creyendo que de esa manera se pone fin a los conflictos, sino la diversidad socialmente aceptada.

El espacio físico considerado como un lugar ideológicamente neutro, pero no limitador de las expresiones individuales de creencias. Ese; entiendo, sería un buen concepto de laicismo. Lo sería porque no es reduccionista de la libertad individual.

Sin embargo esta idea de un espacio físico ideologicamente neutral, entra en contradicción con la idea que hemos heredado de lo que es una Nación, todos regidos con las mismas leyes salvo con pequeños margenes de tolerancia a las disidencias no estridentes.

Una nación en la que el ser humano no aspire a otra cosa más que a vivir día a día pasivo hasta su muerte, convencido de que no hay motivos para la trascendencia, de que la exteriorización de las ideas personales supone un problema porque genera conflictos, esa nación; ese pueblo, está en un estado ideal para ser explotado por un sistema económico depredador, y gobernado por sistemas autoritarios de gobierno, es un pueblo que ha renunciado a si mismo.

El derecho a ponerse límites.

Perdamos el miedo al dogma. La consideración del dogma como un límite obsesivo y agobiante, desde el que es imposible acercarse al conocimiento de la verdad, es una degeneración conceptual. El dogma es el “espacio” que abarca una idea concreta o ámbito de influencia, que define y da sentido a un discurso.

Todo el mundo; por muy liberal que sea o pretenda serlo, está dentro de unos límites aceptados o creados por él mismo, desde el que elabora su discurso. El pensamiento postmoderno da igual valor a todo o quizá le quita valor a todo, todo es posible y correcto en un sistema de valores relativista y corrompido por un ánimo cínico y descreído.

En tiempos postmodernos, regir una vida en principios concretos e inalterables, es visto y considerado socialmente como detestable, inapropiado, criticable, incomprensible. El dogma, es la forma concreta de orientar un pensamiento, ya sea en el ámbito religioso o en el político. El dogma define y concreta, no es una cárcel discursiva.

Pero cuando el nihilismo se instala en el ánimo colectivo, cuando la búsqueda del placer sustituye a la búsqueda de lo trascendente, cualquier definición de lo que es correcto o no, se convierte en un problema. A toda cosa, idea o concepto en general, que ha sido concretado, se le ha creado un dogma entorno a él; gracias al cual, el objeto a considerar es concreto y definible. El problema no es el dogma sino la conversión del dogma como definición en una doctrina; el dogmatismo.

El dogmatismo, sería el convertir la definición como el fin en si mismo de toda acción y discurso; separando lo conceptualizado y definido a través del dogma, del resto de elementos que puedan afectarle y modificándolo, haciéndolo incompatible con todo excepto consigo mismo.

Un dogma puede evolucionar, porque es la definición del objeto y éste puede variar a medida que el observador del objeto evoluciona. Ocurre algo así como en la lectura de una buena novela, cuando es leída por una misma persona pero en edades diferentes, esta persona puede encontrar en la lectura de un mismo texto, situaciones y emociones distintas.

El dogmatismo, vendría a ser como la negación de la validez de una segunda lectura tras el paso del tiempo, desde una perspectiva evolucionada. Una de las falacias con más excito de la postmodernidad, es que la libertad individual se fundamenta en la duda constante sin embargo no es en la duda constante en donde progresas las ideas, sino en la “certeza evolutiva”.

El problema de la duda como método, es la imposibilidad de alcanzar conclusiones, aunque estas puedan ser modificadas con el paso del tiempo. Todos nos ponemos limites, y aunque algunos nos son impuestos por las estructuras sociales, también hay algunos que nosotros mismos nos los imponemos por libre decisión. Nos construimos como personas imponiéndonos limites, no tanto a través de la permisividad.

Son limites con más capacidad de definición ante nosotros mismos y el resto de la sociedad, que la conducta que se fundamenta en la total permisividad. Pero establecer limites voluntarios a nuestra conducta, es en la actualidad considerado como dogmatismo, la persona que se rige por principios morales que regulan su conducta social, son considerados personas dogmáticas, incapaces de razonar y alejados de la libertad individual.

Esta forma de entender y medir la libertad, en donde la medida de esa libertad es el menor numero posible de limites a la conducta, posiblemente resulte bastante nietzscheniana, pero impide a la persona su desarrollo personal pleno, al impedirle formarse según su propio criterio.

Paradójicamente, buscar la libertad a través de evitar cualquier limite o influencia externa, impide que alguien pueda desarrollarse plenamente, por temor a considerarse alienado, a pesar de que pueda identificarse con ese limite o idea.

En el extremo opuesto están aquellos que se imponen limites no voluntarios, por aceptación de doctrinas sin que estas sean consideradas, reflexionadas por la persona que se adhiere a ellas. Entonces esa persona se convierte en la “encarnación” de una doctrina o ideología; sea la que sea.

Posiblemente, el fin de la postmodernidad conlleve la necesidad de buscar el sentido perdido de la existencia y esperemos que sea así, porque de lo contrario la humanidad puede acabar convertida en un hormiguero, con individuos que arrastran su existencia resignadamente.

Pero podría ocurrir que se inicie una etapa de búsqueda algo que sea percibido como real, algo a lo que llamar “verdad”, que proporcione sentido a las cosas pero que esa búsqueda conduzca a crear bloques con criterios dogmáticos. Se hace necesario reivindicar el derecho a la expresión de las ideas personales, dentro de un espacio físico que garantice la diversidad, no en un espacio físico que anule esa libertad de expresión. Se hace necesario reivindicar el “sentido” de las cosas, pero desde la racionalidad.

Tenemos derecho a tener certezas razonadas si queremos tener un pensamiento evolutivo.

 

 

 

Publicado por:

Vicente Rocamora Morales

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