La geometría oculta de las marcas del cantero
Escrito por Rafael Fuster
La costumbre de grabar signos en la piedra es tan antigua como la civilización humana, incluso mucho anterior a la aparición de las primeras lenguas escritas.
Desde la más remota antigüedad el ser humano, a tarvés de los Canteros, ha desarrollado diversos sistemas de signos para indicar su identidad étnica, familiar o social y para consignar la autoría de las manufacturas.
Entre los siglos XI y XIII se produjo un extraordinario auge de la construcción. En apenas cien años, sólo en Francia, se llegó a acarrear más piedra que en cualquiera de los periodos de la historia del Egipto antiguo. Tal fervor constructivo propició el desarrollo de una promoción de artesanos y maestros que trajo consigo una especialización del trabajo que culminaría en un nuevo estilo arquitectónico: el gótico[1].
Los gremios de constructores y artesanos de la piedra gozaban de un estatus muy superior al de otros oficios y tenían privilegios jurídicos y económicos que eran otorgados por los monarcas y las autoridades locales [2]. El maestro de obras no sólo debía saber de mecánica e ingeniería, sino también estar formado en geometría; una especialización que conllevó una mayor consideración social y el desarrollo de nuevas técnicas constructivas que culminaron con las soluciones que fueron aplicadas en la arquitectura gótica. Conocimientos que fueron plasmados en las obras que levantaron a la mayor gloria de Dios.
En las ilustraciones de la época, el maestro de obras suele aparecer representado entre el monarca y los clientes, prueba de su elevada posición social, portando guantes blancos como símbolo de su condición de trabajador intelectual especializado en la principal de las artes liberales: la Geometría. Por este motivo, también solían ser representados portando las herramientas que luego se convertirían en los símbolo fundacionales de la masonería: la escuadra, el compás y la vara, también conocida con el nombre de virga geométrica; las herramientas mediante las cuales era capaz de dar a forma a lo que no la tiene y que le permitían trasladar sobre el terreno todas esas relaciones matemáticas y geométricas de las que dependía no solo la solidez del edificio, sino también su calidad estética.
Todo maestro constructor que conociera bien su arte debía ser capaz de trazar los planos de cualquier edificio, por muy complicado que éstos fueran, con el solo uso de la escuadra, el compás y la regla sin marcar. Toda retícula se inicia con el compás y el trazado del círculo que todo lo contiene partiendo de un punto. Se procura no salir del círculo para considerar un diseño justo y perfecto y no pierda fuerza simbólica. Hay dos modelos básicos de trazado, según tomemos el triángulo o el cuadrado. Su posterior desarrollo no implica necesariamente ningún esquema preestablecido, por lo que ningún trazado es totalmente auténtico ni totalmente falso, aunque siempre se ajusta a unas estrictas normas de proporcionalidad.
¿Qué son las marcas de cantero?
En su conjunto, todas las teorías sobre el significado y la función de las marcas de cantero pretenden deducir su significado por sus formas, analogías y diferencias, por el vigor de sus trazos, por su ubicación y por la abundancia o escasez de las mismas en cada monumento, así como la historia de éste y la de los hombres que lo edificaron. Sin embargo, creemos que la gran riqueza del corpus de signos labrados en los paramentos de los castillos, iglesias, ermitas y catedrales medievales no admite una sola explicación, y aquí es donde radica el problema de su interpretación y la dificultad a la hora de abordar su estudio.
Según la teoría más difundida, los canteros medievales, con sus marcas sobre la piedra, trataban de establecer una contabilidad para valorar el trabajo cotidiano y cobrar así el salario correspondiente. Aunque esto pudiera ser cierto en un buen número de casos, cada vez hay más evidencias que indican que un nutrido grupo de marcas de cantero cumplían otras funciones y suponían algo más que una especie de recibo que servía para contabilizar las piezas talladas.
Las marcas de cantero son el indicio de la existencia de un lenguaje especializado, un argot empleado por artesanos y constructores del que se infieren claves relativas a una tradición operativa muy antigua, por lo que su estudio nos puede aportar información sobre el arte y la ciencia de la construcción dentro de la tradición de la denominada Geometria Fabrorum. Su enorme difusión durante la Edad Media es más bien el indicio de la importancia del papel que jugaban en la construcción de los edificios, tanto desde su aspecto funcional como simbólico.
Muchas de las marcas de cantero que hemos estudiado están basadas en trazados muy concretos, por lo que es posible abordar su análisis mediante la aplicación de la denominada geometría de regla y compás. Este lenguaje objetivo, universal, capaz de traspasar barreras ling ísticas, religiosas y políticas, trataba de expresar las leyes que gobiernan los procesos de la naturaleza a través de los números y las relaciones que se producen entre ellos, de donde se desprenden las razones proporcionales de donde se obtiene el diseño del edificio sobre el plano. Hasta la más flamante catedral gótica parte de principios geométricos sencillos, aunque tremendamente efectivos, que sirvieron para que el maestro arquitecto pudiese vertebrar el conjunto de fuerzas que actúan en el alzado de los edificios.
Según se desprende de nuestros estudios, por su misma constitución geométrica y por su ubicación en el edificio, un buen grupo de signos lapidarios se refieren a los aspectos geométricos y astronómicos que fueron incorporados en la construcción de los edificios, por lo que podemos inferir las razones que impulsaban a aquellos maestros de la escuadra y el compás [2]. La geometría es un lenguaje para quienes comprenden el Arte, más allá de creencias religiosas y el imaginario colectivo propio de cada época. Este carácter aglutinador de la geometría nos permite estudiar las marcas de cantería desde una perspectiva científica [3].
El arquitecto vienés Franz Rziha en su obra publicada en 1881 presentó las conclusiones a las que había llegado tras estudiar cerca de 9.000 marcas de identidad pertenecientes a los gremios de artesanos y constructores de la federación de logias de la Bauhütte, que estuvieron operativas entre los siglos XIV y XV, y cuyas corporaciones establecieron los centros de sus respectivas logias en las ciudades de Estrasburgo, Colonia, Viena y Berna.
Todos los miembros de estas corporaciones poseían unos signos que los identificaban como artesanos o maestros. El secreto del trazado de esas firmas o signos de pertenencia es de orden geométrico, pues como demostró Franz Rzhia, se obtienen a partir de la duplicación y rotación de cuadrados y triángulos inscritos en un círculo cuyo radio es la medida de referencia. Unos trazados que también dan razón de marcas de cantero de épocas anteriores, como sucede con las marcas halladas en construcciones romanas, dado que pueden obtenerse a partir de tres tipos fundamentales de claves geométricas, basadas en las figuras del círculo, el cuadrado y el triángulo; unas retículas sobre las que es posible trazar figuras con la seguridad de mantener proporciones justas, simétricas y armónicas [4].
Tras analizar más de un millar de marcas de cantero, Álvaro Rendón Gómez ha podido certificar que en muchos casos éstas siguen patrones basados en movimientos realizados con escuadra y compás a partir del trazado del círculo inicial.
Como escribe Álvaro:
Es una marca se trazado sencillo y que cumple con las normas de la Cofradía: está contenida en el Círculo primordial, contiene al centro del mismo y su construcción respeta escrupulosamente el trazado clásico de regla y compás. Un asunto más complejo resulta intuirlo… Para ello, se necesita un poco de experiencia geométrica y tener muy claro qué se busca.
M. G. Ghika, en referencia a la importancia de todos estos conocimientos en la historia de la arquitectura y del arte en general, escribe:
Con todo derecho puede afirmarse que la geometría esotérica pitagórica se trasmitió desde la antigüedad hasta el siglo XVIII, por un lado a través de las cofradías de constructores, que a la vez se trasmitieron, de generación en generación, un ritual iniciático en que la geometría desempeñaba un papel preponderante, y por otro, por la Magia, por los rosetones de las catedrales y los pentáculos de los magos [5].
La paulatina desaparición de las marcas de cantero que se produce a partir del siglos XV es paralela al declive de una forma de entender la arquitectura según la cual, por ejemplo, la aplicación de la sección áurea era una operación que buscaba reflejar la perfección de las leyes de la naturaleza en la obra. Aquí es donde radica la importancia de los signos lapidarios como parte de un lenguaje que nos puede proporcionar ciertas claves constructivas que proceden de tradiciones muy antiguas.
Para concluir reproducimos un extracto de la conferencia “La masonería: tradición viva de occidente”, pronunciada en la Biblioteca Arús de Barcelona el 10 de Abril de 2003 por Francisco Ariza. Los signos lapidarios son como las notas a pie de página del libro de piedra que son las ermitas, iglesias y catedrales medievales.
Una forma de transmitir la enseñanza del Arte Constructivo era a través de los signos lapidarios, es decir de las marcas grabadas en la piedra. A través de esos signos los antiguos masones y compañeros constructores querían efectivamente transmitir una serie de conceptos e ideas relacionadas con el conocimiento de la cosmogonía, de sus principios y leyes fundamentales, plasmadas en las formas geométricas. En realidad todos los signos lapidarios se reducen a unos cuantos esquemas fundamentales: el círculo, la línea (eje), la espiral, el cuadrado, el triángulo y la cruz. A partir de ellos se generan todos los demás signos (y también el diseño de las propias herramientas que se utilizaban para la construcción: mazo, cincel, plomada, nivel, escuadra, paleta, compás, etc.), y todos juntos conforman un código o lenguaje simbólico que constituye la “clave” para entender el significado profundo que encierra la propia construcción realizada de acuerdo al modelo cósmico. Así pues, los signos lapidarios están estrechamente vinculados a la arquitectura, la cual en el fondo no representa sino el desarrollo completo de las ideas expresadas a través de dichos signos, o símbolos.
De Bizancio a Irlanda los compañeros viajeros han dejado sobre la piedra su signatura parlante bajo la forma de signos lapidarios (…). Esta signatura constituía en suma la imagen reducida de un plan de edificio construido sobre su círculo director, según este ‘arte de geometría’, una de las siete artes liberales, enseñado en las universidades monásticas y a partir del cual una metafísica fue edificada. Grabando su signo el compañero no ‘justificaba’ solamente su identidad, sino su cualidad y sus conocimientos.
Por otro lado, el hecho mismo de grabar los signos en la piedra se consideraba un rito, quizás por el mismo hecho de que éste, el rito, no es sino el símbolo en acción, es decir actuante, y el mismo trazado simbólico es, a su vez, la fijación de un gesto ritual.
Precisamente, el origen de ese gesto está en el propio acto del Gran Arquitecto creando el cosmos, por lo que la construcción aparece entonces como una verdadera “imitación” de ese mismo acto, o gesto inteligente, que es además el origen de todo verdadero arte, cualquiera que éste sea, pero que siempre tendrá como objetivo esencial poner nuestro ser en armonía con el ritmo del mundo, fuente de toda vida y expresión dinámica de la Unidad primordial. Tengamos en cuenta, en este sentido, que los antiguos arquitectos y maestros de obra no utilizaban como hoy planos detallados del edificio a construir. Estos eran mucho más sencillos, reducidos en bastantes ocasiones a diseños de las distintas partes de la construcción. Esta, en sus aspectos esenciales, era la proyección al exterior de una imagen sutil concebida en la mente y el espíritu del arquitecto, y los oficiales que tenía a su cargo conocían perfectamente las reglas y técnicas del oficio necesarias para su realización, las cuales les fueron reveladas oralmente y comprendidas mediante la práctica reiterada (y ritual) de ese mismo oficio.
Rafael Fuster Ruiz y Jordi Aguadé Torrell
[1] En la antigua tradición de la arquitectura sagrada todo está perfectamente estipulado y un templo, como espacio reservado para servir de morada a la divinidad, debía ser una perfecta representación del cosmos y, por lo tanto, al igual que sucede en la naturaleza, la relación entre las distintas partes que conforman el recinto y entre éstas y el conjunto debía responder a una serie de leyes muy concretas. Los recintos sagrados eran concebidos como réplicas a escala del cosmos que habían de servir de morada a la divinidad. En este sentido, además de las marcas de cantero habituales podemos encontrar otras, mucho más elaboradas, que son las que incorporan claves relativas a ciertos aspectos constitutivos de la configuración y articulación del edificio, una información que puede resultar de gran ayuda a la hora de abordar el estudio de las técnicas y los métodos de trabajo de los constructores medievales.
[2] GIMPEL, J. La revolución industrial en la Edad Media, Madrid, 1982, p. 31. Entre las diferentes agrupaciones medievales de artesanos las más reconocidas fueron sin duda las guildas. Una de las guildas de mayor renombre y número de ramificaciones por toda Europa era la de los albañiles, constructores de palacios y catedrales, responsables de muchas de las construcciones a lo largo de los Mil Caminos de Santiago. En la península ibérica, la primera agrupación gremial que conocemos es del siglo XII. Se constituyó en Barcelona en el año 1211. También conocemos la existencia de organizaciones de carpinteros, herreros y albañiles que se acogieron al Fuero de Cuenca; y las ordenanzas de Oviedo, del año 1247.
[3] Javier Alvarado, “Heráldica, simbolismo y usos tradicionales de las corporaciones de oficio: las marcas de cantero”. Ediciones Hidalguía, Madrid, 2009, pp. 8-9.
[4] La importancia desde un punto de vista geométrico de algunos signos lapidarios radica en el hecho que pueden aportarnos pistas sobre cómo surgieron los módulos que eran empleados en la proyección de los edificios medievales, puesto que toda planta y estructura compositiva debe contener alguna forma geométrica premeditada, por lo tanto tan sólo nos resta tratar de encontrarla. Una vez descubierta esta trama geométrica será posible determinar la naturaleza de los modelos proporcionales empleados, lo que nos permitirá establecer una hipótesis sobre los orígenes del edificio, su historiografía y soluciones las técnicas incorporadas en su construcción.
[5] Según M.G. Ghyka, los responsables del auge de la arquitectura religiosa entre los siglos VIII y XI, fueron los discípulos de San Benito, quienes desde Montecassino y Saint-Gall, tradujeron los textos matemáticos griegos y alejandrinos, entre ellos la obra de Euclides y el tratado sobre arquitectura de Vitruvio. También por esta vía serían introducidos la mística pitagórica de los números y la geometría de los sólidos platónicos y su relación con las razones armónicas de la escala musical. Puente López, Juan Luis, Firmado en la piedra por los maestros canteros medievales, Edilesa, 2006, 4ª edición, pp. 13-14.
Fuente: Signos Lapidarios
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