Hoy, 1 de octubre de 2021 se celebra el «Día Internacional de las Personas de edad» designado por la Asamblea General de las Naciones Unidas. También en algunos países de Sudamérica se celebra el «Día Universal del Niño» igualmente por recomendación de la Asamblea general de las Naciones Unidas.
El primero se dedica a la solidaridad con los hombres y las mujeres de más de sesenta años que constituyen hoy una población mundial de 700 millones de personas, y se calcula que será de 2.000 millones en 2030. Se trata de «no dejar a nadie atrás y promover una sociedad para todos» en la que las personas de más edad puedan colaborar al progreso de la humanidad y al desarrollo sostenible en el planeta. El segundo se dedica al amor a los niños y a la promoción del bienestar y de los derechos que, sin ambages, les corresponden.
Son éstas dos de las edades del hombre: la infancia y la senectud
Entre ellas está el periodo más largo de su vida, constituido también por dos edades, la juventud y la madurez, una etapa progresiva en la que se desarrolla la adquisición de conocimientos y de las capacidades o virtudes humanas; en ella puede perfeccionarse la espiritualidad y alcanzar un nivel de inteligencia y sabiduría manifestado en virtudes fundamentales como la modestia, la prudencia y la justicia; que de ser así, ornarán su esencia humana en esta etapa y en la ancianidad. El trabajo, el estudio, la familia, las relaciones humanas serán sus herramientas de perfección.
La infancia es el orto, el albor de la vida, el niño es el aprendiz, el catecúmeno, su mente empieza a llenarse de ideas, de conceptos, se desarrolla la imaginación, la inteligencia racional, la inteligencia emocional, se aprende a controlar las emociones; el juego, la escuela, la familia, las relaciones humanas son sus herramientas de aprendizaje.
La senectud es el período en que se produce el ocaso, el crepúsculo, pero se caracteriza por la experiencia, la destreza, la maestría.
Decía Ingmar Bergman: «envejecer es como escalar una gran montaña; mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena»; por eso la labor ahora debe consistir en transmitir lo aprehendido, lo experimentado, dar lo recibido, el sabio es un idealista eferente y generoso. Así progresa el mundo.
A los niños legamos el mundo con las imperfecciones que nosotros no hemos sabido mejorar, eduquémoslos en ética, amor, libertad, igualdad, laicismo y solidaridad, todo ello es educación en ciudadanía, así podremos confiar en que ellos serán capaces de hacerlo.
Vicente Hernández Gil, Elda, Alicante
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