Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781), hijo de un pastor y redactor de obras teológicas, cursó estudios de Teología y Medicina en Leipzig.
En 1752 obtuvo el título académico de Magister. En 1770 fue nombrado bibliotecario en la Herzog-August-Bibliothek (“Biblioteca del Duque Augusto”) de Wolfenbüttel.
G. E. Lessing fue iniciado el 14 de octubre de 1771 en la logia Las Tres Rosas de Oro de Hamburgo. Tuvo una gran influencia en la masonería alemana de su tiempo a través de una obra masónica escrita en 1778 titulada Ernst und Falk. Freimaurergespräche (Ernst y Falk. Diálogo para masones), dedicada al Duque Fernando de Bruswick, Gran Maestro de la masonería denominada de la Estricta Observancia y promotor del Congreso de Wilhelmsbad de 1782.Lessing fue el poeta alemán más importante de la ilustración. Con sus dramas y ensayos teóricos tuvo una influencia significativa en la evolución de la literatura alemana. Sus obras teóricas “Laokoon” y “Dramaturgia de Hamburgo” (Hamburgische Dramaturgie) siguen siendo la vara de medir para la discusión de los principios estéticos y teóricos de la literatura.
En la década de los años sesenta Lessing estudió con atención la masonería, especialmente interesado en su origen y en su sentido, como luego haría también otro gran filósofo del Idealismo Alemán, Fichte. En Hamburgo, Lessing intentó entrar en la masonería a través de su amigo Bode, maestro de la logia Absalón, pero le negaron la entrada, entre otros motivos, alegando los de su edad y un carácter excesivamente fogoso, pero entonces, sólo unos días después, lo aceptaron en una logia rival: Las tres rosas.
Según los testimonios que de aquel momento nos han llegado, una vez iniciado, el Venerable Maestro le dijo: “¿Ve usted cómo no halló nada contrario a la religión o al Estado?” Lessing respondió: “Pues hubiera preferido encontrarlo”.
En 1772, el duque Fernando de Braunschweig, a cuyo servicio estaba Lessing, es nombrado Magnus Superior Ordinis, teniéndole así como hermano en los puestos más altos del mundo iniciático y profano. El concepto de la libertad fue hilo conductor de toda su obra.
En sus trabajos religioso-filosóficos defendió la libertad de pensamiento de los cristianos creyentes. Con el fin de iniciar una discusión pública contra la ortodoxa “Fidelidad a la Letra”, publicó entre 1774 y 1778 siete “Fragmentos de un Innombrado” (Fragmente eines Ungenannten), lo que llevó a la llamada “Controversia de los Fragmentos” (Fragmentenstreit).
Su adversario principal en esta controversia fue el pastor principal de Hamburgo, Johann Melchior Goeze, contra quien Lessing redactó, entre otros, once escritos llamados Anti-Goeze.
En numerosos enfrentamientos con los representantes de la opinión ortodoxa tomó partido por la tolerancia frente a las demás religiones del mundo. Cuando se le prohibió publicar más ensayos teóricos Leesing expresa este posicionamiento en su drama “Nathan el Sabio”(1779) que utiliza como un púlpito para explicar por medio del teatro el diálogo entre las religiones y la tolerancia entre unas y otras. Lessing, como teólogo y filósofo, escribe a Elisa Reimarus: “En mi púlpito, en mi teatro, por lo menos me dejarán predicar tranquilo”, porque su voluntad es la de ser un educador de la sociedad, ilustrándola. Expuso más detalladamente su opinión en “La educación de la humanidad” (Die Erziehung des Menschengeschlechts) (1780), La educación del género humano.
La masonería se oponía al absolutismo del Estado sin necesidad de hacer revoluciones, ejerciendo su influencia desde los salones y clubes, con los escritos de sus miembros, como los de Montesquieu, que entró en la masonería durante su estancia en Londres entre 1729 y 1731, entre muchos otros intelectuales, científicos, propagandistas o académicos, pero también entre políticos y la numerosa nobleza que se hallaba entre sus columnas.
Lessing señala, en sus Diálogos para francmasones, una comparación con la Iglesia, pues las instituciones tienden a acomodarse y perder los ímpetus y el sentido de sus orígenes.
En cuanto a la masonería, como educadora de la humanidad, igual que la Iglesia, tendió a sistematizarse la doctrina y a dar excesivo protagonismo a los uniformes y títulos, a los reglamentos y puestos que los hermanos iban ascendiendo, los premios, medallas, juegos infantiles y mundanos de vanidades que ayudan a buscar subir pero también tienden a enturbiar las relaciones más profundas de tales instituciones.
El segundo diálogo muestra las claves de esa gran acción y es que analiza cómo la humanidad necesariamente, por su extensión y tamaño, se divide en grupos, y así surgen naciones, estados, costumbres y religiones diversas. Pero ¿es posible el orden aun sin gobierno? “Si los individuos saben conducirse a sí mismos, ¿por qué no?”. Al igual que Proudhon o Bakunin, y tantos otros masones, Lessing parece compartir un ideal político, pero no lo ve fácil ni viable. Lo que sí tiene claro y ahí ve una característica propia de los masones, es que el Estado y todas las instituciones han de servir a los individuos y no al revés.
Casi adelantándose a algunos postulados de Bentham o a Stuart Mill, mantiene que “la felicidad del estado es la suma de la dicha particular de todos los miembros.
Además de ésta, no hay otra”. Y es que “la vida social del hombre, todas las constituciones políticas, no son más que medios en orden a la felicidad humana. (…) Nada más que medios. Y medios de invención humana (…)”. Lessing explica que hay muchas constituciones, unas mejores que otras, pero todas muy deficientes pues las más bellas ideas, cuando se cristalizan en una institución, tienden a producir efectos contrarios a su propósito llevando a la infelicidad de los hombres.
La sociedad no puede unir a los hombres sin separarlos, sin separarlos sin consolidar abismos entre ellos, sin interponer entre ellos murallas divisorias: ¡Y qué terribles son esos abismos! ¡Qué insuperables resultan a menudo esos muros divisores! (…) No se trata sólo de que la sociedad civil divide y separa a los hombres en varios pueblos y religiones (…) es que la sociedad civil prosigue también su separación en cada una de esas partes por decirlo así hasta el infinito”.
Pero si se eliminaran las diferencias de clases y se repartiese a todos igualitariamente, “ese reparto igualitario no duraría ni dos generaciones. Unos utilizarían las propiedades mejor que otros.
Además, unos tendrán que repartir su mal administrado patrimonio entre más descendientes que otros. Así que habrá miembros más ricos y miembros más pobres”. En el primer diálogo, Falk dice que es francmasón no tanto por haber sido recibido en una logia regular sino porque comprende qué es y por qué existe la masonería y de qué manera se la promueve, así como sus dificultades. Es decir, que lo es porque comprende plenamente su sentido, no sólo porque ha entrado formalmente en la institución. Así, Falk, el masón del diálogo, comenta luego que “La francmasonería no es cosa arbitraria, no es algo de lo que se pueda prescindir, sino algo necesario y basado en la naturaleza del hombre y la sociedad civil…
«La francmasonería existió siempre”.
Pero no se refiere a ello como institución, con su organización, signos concretos y leyes, sino como espíritu compartido en la humanidad por muchos hombres de todas las épocas. Incluso los francmasones que están en el secreto de su Orden, no pueden comunicarlo verbalmente, ¿cómo es que, a pesar de todo, propagan su Orden? Con obras. Aquí Lessing recuerda una expresión: “por sus hechos los conoceréis”.
Pero “No se trata sólo de que los francmasones se apoyan mutuamente y de que se apoyan con la mayor eficacia, que es o no pasa de ser una característica de cualquier banda. ¡Es lo que hacen en favor de la generalidad de los ciudadanos del estado del que son miembros!”, es decir, que se unen y apoyan pero no para beneficiarse a sí mismos sino para beneficiar a toda la humanidad con sus obras.
Así van comentando obras sociales que en diversas ciudades han hecho los masones, con sentido filantrópico, de beneficencia y de educación, para los pobres y otros abandonados.
Pero no es eso lo fundamental, pues dice al final, a través de Falk: “Puedo y sé decirte solamente que las obras de los francmasones son tan grandes, son de una amplitud tal, que puede que pasen siglos antes de poder decir: eso lo han hecho ellos. Pero han hecho todo lo bueno que hay en el mundo (…) Y siguen trabajando en todo lo bueno que irá habiendo en el mundo (…)”.
Aquí tiene pleno sentido la masonería, actuando con sus individuos por la fraternidad universal no tanto de modo institucional, sino atravesando las instituciones con sus miembros que con un enfoque peculiar sobre el fin de la humanidad las flexibilicen y logren la unidad entre los seres humanos más allá de las diferencias: “Pues las leyes civiles nunca se extienden más allá de las fronteras de su estado. Y este asunto estaría precisamente fuera de las fronteras de todos y cada uno de los estados”.
Esos hombres, con el espíritu de la francmasonería, han de estar más allá de las normas y las reglas que les rodean.
“Es muy deseable que en todo estado hubiera hombres a quienes no deslumbre la grandeza social y a quienes no fastidie la insignificancia social; hombres en cuya sociedad el grande no tiene inconveniente en abajarse y el chico en atreverse a alzarse”. Eso es precisamente lo que sucede en los roles de las logias como experimento para lo que después se ha de aplicar en la sociedad.
En el tercer diálogo retoma el tema anterior y lo vuelve a dirigir de nuevo: ¡Los males inevitables del estado! Lessing no cree que haya que disolver los Estados pues los concibe como males necesarios, inevitables, pero hay que contrarrestar sus efectos negativos para potenciar lo positivo. No se trata tanto de hacer política concreta, de partido, de ideas sobre una determinada opción sino de buscar el bien general común más allá de los partidos y las naciones. Por eso, en la masonería, se trata de “Aceptar en su Orden a todo varón digno y apto, sin distinción de patria, sin distinción de religión, sin distinción de clase”. Porque hay un principio fundamental en el fondo y es “presuponer la existencia de esos hombres que están por encima de las divisiones”.
En el cuarto diálogo ya trata de asuntos más esotéricos y comenta cómo “el secreto de la masonería es lo que el masón no puede llevar a sus labios aunque fuera posible que el masón quisiera hacerlo”. Porque es lo inexpresable, lo que hay que vivir, y por mucho que se describa no puede entenderse plenamente, podríamos decir que, de modo análogo al enamoramiento.
El que nunca ha estado enamorado no sabe lo que es.
La cuestión de los orígenes de la masonería le lleva a dar por válido que desciende de la Orden del Temple, tema que aparece en su conocida obra de teatro Natán, el sabio, pero se burla de los intentos de imitarles porque aquellos míticos guerreros acabaron confundidos en el deseo de alcanzar poder y riquezas; así, en la masonería, algunos actúan como niños en busca de cargos y honores. Por eso Lessing es muy crítico con la línea de la masonería que ve en su tiempo:
El quinto diálogo explica, entre otras cuestiones, la teoría de que los masones no eran en el pasado tanto los constructores de catedrales e iglesias sino los que se reunían sentados a la mesa fraternalmente y que así “la sociedad de la tabla redonda era la mesonía más antigua, de la que proceden todas las demás”. De ahí surgen las de los templarios y se continúan con las que se dan en Londres, una de origen templario, según él, hasta final del siglo XVII, de la que saldría la masonería moderna. Hoy nos hace sonreír su ingenuidad a la hora de hacer historia de la institución, pero en la Alemania de la época parece que tampoco se tenían demasiados datos para hacer estudios historiográficos con mucho más rigor.
Además de los diálogos sobre francmasones, Lessing tiene, entre otros escritos, un agudo diálogo dedicado a las últimas palabras de San Juan Evangelista.
Cuando lo publicó ya estaba iniciado. En ese escrito, titulado El testamento de Juan, de 1777, se basa en Gálatas, c. 6, de Hieronimus: El apóstol era ya muy viejecito y cuando los discípulos le preguntaban algo siempre respondía lo mismo; “Hijitos, amaos los unos a los otros”. Y si le volvía a preguntar: “Maestro, ¿por qué dices eso siempre?”, el respondía: “Porque es precepto del Señor y, sólo con cumplir esto, basta”.
Extractado de: Ilia Galán, “Poetas y masones”, en Cultura masónica, 4 (2010), pp. 45-66.
Bibliografía: T. Tomasi, Massoneria e Scuola. Dall´Unità ai nostri giorni, Florencia, 1980, p. 10 y ss.
EL INICIADO FALK
Muy pocos eran los que, perteneciendo a la élite espiritual de la Ilustración, eran capaces de penetrar y meditar sobre las funciones polémicas de su instrumentarlo conceptual.
Lessing se contaba entre ellos como ningún otro ilustrado en Alemania. Lessing consideraba lamentable la mezquindad y la impertinencia de muchos hermanos de logia y criticaba la desunión y el particularismo de los sistemas. Pero sabía callar y también insinuar mucho más, porque era capaz de captar sagacísimamente los síntomas políticos, ya que él mismo se había iniciado en el laberinto de secretos corredores que poseyó la Ilustración en cuanto movimiento político. Conocía bien el doble fondo de las formas de pensamiento y de conducta ilustradas, que estaban aún poco desarrolladas en Alemania, porque, con fina capacidad de distinción conceptual, pensó hasta el fin su contraposición político-moral. De ello da testimonio su escrito sobre la masonería, que tan afanosamente se empeñaron en conocer todos los ilustrados alemanes de primera fila.
La moral practicada pertenece a sus reglas exotéricas. «Sus verdaderas acciones son su secreto», dictaminaba Falk, el iniciado. Sin penetrar más de cerca en el secreto, se deslinda de momento el campo de actividades de estas verdaderas acciones de los masones. Ellos «han hecho todo lo bueno que queda todavía en el mundo; fíjate bien: ¡en el mundo! Y prosiguen su trabajo incansable en todo lo bueno que habrá de venir aún al mundo; nótalo bien: ¡al mundo!».
El mundo, este gran campo de planificación de los francmasones, evidencia tres males fundamentales, «que parecen ser las objeciones más irrefutables contra la Providencia y la virtud».
De estos tres males mayores, el primero es la diseminación y escisión del mundo humano en los Estados más diversos, que se dividen entre sí por medio de «abismos» y «muros de separación», y que entran permanentemente en recíproca «colisión» debido a sus diferentes intereses. El segundo mal fundamental son los estratos superpuestos de carácter social, resultantes de la estructura estamental dentro de los Estados; el tercero, por último, es la separación de los hombres entre sí por obra de las diversas religiones.
Con ello suministra Lessing un esbozo de los tres principales puntos en que se concentraban los ataques de los masones cosmopolitas: los Estados, los estamentos, las Iglesias, pero —y esto es lo decisivo para la andadura del pensamiento de Lessing— los males enumerados, resultantes de la diversidad humana, de sus delimitaciones y separaciones, no son para él meros azares, que podrían no haberse dado jamás a los cuales se podría eliminar fácilmente, sino que pertenecen a la estructura misma de la realidad histórica.
Las diferencias entre los hombres, las fronteras entre los Estados y la pluralidad de los mismos son para Lessing, desde luego, un mal moral; pero no llevan el sello —como para los masones, llenos de utópico candor— de la arbitrariedad inmoral, sino que están dotadas ya en la misma naturaleza del hombre. Lessing, ha delimitado al mismo tiempo, con su exposición del «mal inevitable», el ámbito de la política. El diálogo entre Ernst y Falk se dirige a las verdaderas acciones de los masones.
La francmasonería constituye un único y poderoso movimiento en contra de este «mal inevitable».
Ellos son «la gente que ha tomado sobre sí, voluntariamente, la tarea de oponerse de modo activo a los inevitables males del Estado». El carácter inevitable de los Estados y de las diferencias sociales, y, con ello, también de la política, es reconocido por los masones iniciados, pero su intención se dirige precisamente a «no dejar que tomen mayor incremento del que requiere la necesidad» todos aquellos males que se dan inseparablemente con la política. Y ello «con la intención de hacer que sus consecuencias sean tan inofensivas e inocuas como fuese posibles».
El Estado se convierte para la sociedad burguesa en un medio subordinado, en un medio «para los hombres». Radica en la finalidad que estos hombres se proponen la superación de los males (políticos), que hacen posible y necesaria, por lo demás, la realización de buenas acciones (morales).
Como las separaciones y abismos humanos son realidades ontológicas dadas, sólo es posible «superarlas», pero no eliminarlas.
«Suprimirlas totalmente» significaría «aniquilar el Estado juntamente con ellas». Y tal cosa es para Lessing —no por impulso del patriotismo o de la sumisión al Estado, sino en razón de sus ideas políticas— una esperanza que jamás podrá ser realizada. Lessing, pues, no sólo bosqueja los fines utópicos últimos, como acostumbran a hacer los escritos masónicos populares, sino que al mismo tiempo pone en evidencia los límites de la teología moral.
El iniciado Falk sabe muy bien que estos límites, en la ejecución de la planificación moral, son superados y traspasados forzosamente; la verdad que percibe Ernst es que la moral se torna de modo forzoso, en este contexto, en valor político, y que lo mejor es callar este hecho. Con ello, conoce un secreto de los masones, secreto que él «no puede revelar, aunque fuese posible que llegase a desear tal cosa».
Extractado de: Reinhart Koselleck, Crítica y crisis. Un estudio sobre la patogénesis del mundo burgués, Madrid, 2007, pp. 82-87.
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